Restauración de la Basílica

Introducción

Con el inicio de las obras de restauración de la fachada y torre en la Real Basílica de San Lorenzo, se da continuidad a las obras de las cubiertas y del interior, y que recuperaban en gran parte la integridad de un edificio que se encontraba, en un estado de envejecimiento y de deterioro preocupantes.

Desde hace unas décadas era necesaria una actuación a fondo en el edificio que permitiera invertir en los elementos básicos y estructurales del monumento que se encontraban dañados. El paso del tiempo, las humedades, la fatiga de los materiales, los esfuerzos y empujes, no contrarrestados ponían en peligro el futuro de la construcción.

La restauración realizada hasta ahora, ha tenido un criterio básico de actuación: conservar la esencia del edificio y recuperar su configuración y unidad arquitectónica. Las técnicas de restauración aplicadas han venido definidas por el uso de los materiales con que se construyó el edificio en el siglo XVII, es decir: el ladrillo, la madera, la cal y el yeso, han sido protagonistas en todo momento.


Cubierta

En la actuación de la cubierta, se ha mantenido su primitiva y compleja estructura de madera por su gran interés constructivo y por formar parte inseparable del edificio. Las piezas en mal estado se han sustituido y se ha procedido a un tratamiento a fondo de limpieza, conservación y acabado. La teja árabe se ha recolocado, una vez renovado e impermeabilizado su entablamento que le sirve de apoyo. La intervención de cubierta se ha completado con la restauración de los aleros de ladrillo aplantillado y la dotación de una nueva red de recogida de las aguas pluviales, a base de canalones y bajantes de cobre, que se adaptan a la configuración de sus fachadas.

Intervención interior

La intervención interior ha tenido doble alcance: por un lado el de resolver los problemas estructurales que presentaban las pilastras que sustentan el cimborrio y por otro el de restaurar aquellos elementos del edificio que definen su espacio interior.

Respecto a la acción estructural se han realizado trabajos de consolidación y de saneamiento de las partes bajas de las pilastras del crucero, procediéndose a su cosido y empresillado con perfilería de acero y a la recuperación y disposición de los revestimientos de yeso endurecido; haciéndose extensibles estos trabajos de saneamiento al resto de los zócalos, de las pilastras y de los muros perimetrales.

Respecto a la acción de acondicionamiento , los trabajos han consistido en la renovación de la pintura, limpieza general de retablos, restauración de los retablos Mayor y de San Bernardo, restauración de las vidrieras, renovación integral del alumbrado, nuevo pulido y abrillantado de mármol y dotación de nuevos bancos.

En relación con la renovación de la pintura interior, es la intervención de mayor impacto visual y estético, puesto que el objetivo fue recuperar los tonos, luminosidad y la visión de la traza del espacio barroco, tal como se concibió en el siglo XVII.

Las pinturas que se han sustituido y cuya aplicación se remontaba a 1931, presentaban un estado de envejecimiento propio del paso del tiempo y porque estuvieron sometidas durante décadas a los humos, a la suciedad y a las humedades. El grado de oscurecimiento de las bóvedas era elevado puesto que cuando se pintaron se utilizaron, según el gusto de la época, colores intensos de tonalidades muy saturadas y de poca luminosidad. Todo ello unido a unos vanos pequeños con vidrieras ennegrecidas y a un alumbrado eléctrico inadecuado, hacían que la Basílica de San Lorenzo fuera un espacio oscuro y lúgubre, en donde no se podía contemplar la verdadera magnitud y calidad de una iglesia barroca que está coronada por magníficas bóvedas de gran riqueza geométrica y volumétrica. Así la intervención ha permitido recuperar la luminosidad de las bóvedas y un espacio más esbelto y proporcionado, a través de la utilización de pinturas con texturas y tonos que recuerdan a los yesos recios con que fueron configuradas.

La pincelada novedosa a toda la intervención de pintura, ha sido la incorporación de los dorados en la decoración de bóvedas, en recuerdo a los que ya tuvo el cimborrio pero que desaparecieron al hundirse su construcción original. Las parrillas de las claves de las bóvedas que si bien fueron blancas, se han dorado y resaltado por ser el símbolo más presente y distintivo de la Real Basílica de San Lorenzo.

A la luz se han sacado los restos de las pinturas ornamentales que decoraron las capillas de Montserrat en el siglo XIX y la capilla del Amor Hermoso en el siglo XVII y que se ocultaron, dado su estado de conservación con los repintados realizados en el presente siglo. Son pinturas que si bien necesitan una restauración a fondo, su incorporación a la restauración actual se ha considerado apropiada por formar parte de la decoración de las capillas, y puesto que son huellas de valor que ha dejado la historia en el edificio con el paso del tiempo. Dentro de la intervención a fondo de las pinturas ornamentales de la Basílica, se encuentran las de las bóvedas de la Sacristía que actualmente ya se han restaurado.

El proceso de restauración y sustitución de las vidrieras ha contribuido igualmente a la recuperación de la dimensión y luminosidad del espacio. Una vez restauradas se colocaron con un acristalamiento exterior de protección, siguiendo las normativas y directrices internacionales para la protección de las vidrieras históricas. Esta nueva disposición isotérmica, evita las condensaciones y la incidencia directa de los rayos ultravioleta. Por el exterior los vanos de vidriera se han enmarcado con yesos endurecidos pigmentados dándoles un mayor protagonismo a los huecos que aportan la luz al espacio interior del templo.

La instalación del alumbrado eléctrico se ha renovado en su totalidad y se ha dispuesto con una luz sugerente y más próxima a la iluminación natural del edificio. De este modo permite también resaltar los elementos decorativos de las bóvedas y revalorizar su espacio arquitectónico.

Mons. Javier Osés Flamarique, Obispo de Huesca (1969-2001), fue el principal animador y colaborador de la restauración.El 15 de julio de 2000 presidió el Te Deum por la restauración del interior y de las cubiertas del templo (en la foto).
El Santo
La comunidad parroquial
Lirtugia dominical y festiva

Fachada principal y torre

Con la intervención en la fachada principal y su torre, se completa la restauración de la Basílica de San Lorenzo, siendo una actuación vital y necesaria por el estado de deterioro al que ha llegado y porque quedó inacabada.

El grado de deterioro de la torre, al igual que sucedía con las partes del edificio ya restauradas es notable, hasta el extremo que se tuvo que proteger hace unos años con redes que evitaran la caída del material disgregado a la vía pública.

La intervención iniciada en la torre y fachada lleva implícitos dos niveles de actuación: el primero es la recuperación de los elementos arquitectónicos que le dan forma, como son las molduras, cornisas y ornamentos que se han perdido por la descomposición de sus materiales, especialmente la piedra; y el segundo es el que permite completar las partes inacabadas de la misma, que según el plano original que se conserva de la fachada original, quedó sin terminar.

Los simples trabajos de reparación y mantenimiento no eran suficientes para una buena conservación.

Diversos momentos de la restauración de la fachada y de la torre

De la fachada proyectada de 1722 y que se atribuye a José Sofí, no se ejecutó, además del tercer volumen y chapitel de la torre, la gran portada que ocupaba un tercio de la misma. En ella se disponía un completo programa iconográfico: en lo alto, San Lorenzo a caballo y arropado por sus padres San Orencio y Santa Paciencia, y a nivel bajo entre las basas de las columnas que enmarcaban la portad, San Orencio Obispo de Auch y San Vicente Mártir.

De aquella monumental portada se pasó a la disposición de tres hornacinas que albergaban imágenes de yeso representando a San Lorenzo y a sus padres. Los pedestales cilíndricos que se dispusieron en el remate de la fachada actual, bien pudieron ser el basamento para asentar las dos restantes esculturas previstas en el proyecto original, es decir, a San Orencio Obispo y San Vicente Mártir. Disposición similar a las esculturas de la Torre de La Seo de Zaragoza de 1685.

De la fachada original tampoco se levantaron los aletones y flameros de gran esbeltez que alcanzaban la altura del cuerpo de la torre. Estos remates ornamentales tenían la misión de enlazar y equilibrar las proporciones de la alta torre con la fachada que cerraba y ocultaba a la vez el atrio medieval y los pies de la iglesia levantada en el siglo XVII. Los diez metros de altura de estos elementos decorativos no garantizaban su estabilidad al estar apoyados en el remate de una falsa fachada. Respecto a la disposición de los aletones en forma de volutas, se dejaron inacabados y se redujeron a la mitad del cuerpo de la torre, permaneciendo las llaves en la fábrica de ladrillo para un posible acabado posterior.

Posiblemente la falta de recursos, hizo también que se renunciara a determinados motivos decorativos como los capiteles corintios dispuestos en las pilastras adosadas del primer volumen. Capiteles por otro lado que se disponen en la coronación de un segundo volumen, cuando aquí se habían proyectado con motivos decorativos más austeros, como eran los capiteles corintios figurados, en pico de cuervo y ejecutados con ladrillos aplantillados.

La decoración que arropa a la torre va cambiando frente a las previsiones. La vía de la austeridad que se había marcado en la ejecución de la fachada contrasta con la voluntad de dar mayor movilidad en las molduras, boceles que enmarcan los vanos, frisos curvados y en la disposición de los escudos que atraviesan las cornisas del segundo cuerpo. El único escudo que se conserva en la fachada sur, tiene fuerte carga barroca con abundancia de roleos, rizos y volutas.

La intervención en la torre, tras múltiples planteamientos inspirados en las formas barrocas, dadas en edificios próximos y no tan próximos a nuestra arquitectura, ha dado como resultado que la actuación más idónea, es aquella que insinúa y continúa la solución original. Es por ello que en la solución adoptada se incorpora el basamento de aquel cuerpo octogonal, que en otras torres de Aragón se llegaron a culminar.

Sin profundizar más en la exposición de la actuación, se puede decir que la solución planteada busca el equilibrio de una fachada que quiso, pero no pudo ser. La falta de recursos, hizo que aquella fachada-torre, proyectada a principios del siglo XVIII que tenía como referencias más cercanas las torres de La Seo y la antigua del Pilar de Zaragoza, terminó siendo una fachada más próxima a la arquitectura barroca que se levantó a lo largo del siglo XVII y XVIII en nuestra ciudad. La fachada principal que se construyó se distanció de la idea original al no realizarse los elementos barrocos de gran escala y movilidad que buscaban la integración y equilibrio de la gran torre proyectada.

Pretender completar el tercer cuerpo y chapitel bulboso en la fachada que se realizó implicaba pasar de los 39 metros de altura que tiene actualmente la torre a los 72 metros proyectados con unas proporciones distintas a las originales. Esto planteaba problemas conceptuales de intervención, de difícil justificación en el momento actual, además de los problemas de tipo estructural y de su viabilidad económica.

Es por ello, que la solución final ha buscado la continuidad y puesta en valor de la fachada-torre tal como la hemos recibido, reperfilando sus formas, completando su programa iconográfico y dotándola de remates a los elementos inacabados basándonos en la traza original. La intervención adoptada es un paso más de un proceso proyectual iniciado hace 300 años que no pretende cerrar fuerzas a intervenciones futuras, puesto que estamos ante un edificio vivo, vinculado profundamente a los oscenses y a la ciudad de Huesca.

Joaquín Naval Más, arquitecto-director de la restauración