Conversaciones de San Lorenzo

...desde la peana


PRESENTACIÓN

Sí. Soy yo. Vuestro paisano.

Hoy es mi santo. Y me alegra que hagáis fiesta, aunque no me la merezco.

¡Si no hice nada extraordinario!De verdad.

Fui un crío muy normal: ni un “mieles” ni un granuja.

Un crío un poco trasto. Me creció el buen humor en el alma, salí trabajador como mi madre Paciencia, recio de carácter como mi padre Orencio, baturro como vosotros, y aventurero como todos los jóvenes.

¡Qué tiempos aquellos!

Marché a Roma. No hice turismo, claro.

Fue muy difícil ser cristiano.

Pero Cristo me había ganado el corazón.

Mi mayor alegría fue siempre “servir” y precisamente a los más pobres.

Nos reuníamos. Hablábamos. Comentábamos el Evangelio... Les daba la comida que yo tenía. Los curaba... Nos sentíamos unidos. Cada día crecíamos en número y en amor.

Los poderosos nos hicieron la vida imposible.

Por lo visto, y esto es de siempre, los pobres han nacido para sufrir...y hay que dejarlos que vayan tirando y que se mueran.

¡A mí se me partía el alma!

Cada mañana, montones de pobres, cojos, ciegos, enfermos... me buscaban para comer un poco y vivir un día más.

Las autoridades empezaron a decir que con nuestros pobres éramos un peligro público, que yo era subversivo, que estaba alterando el orden, que no respetábamos la autoridad constituida que había prohibido nuestras reuniones... que el fisco del Imperio... ¡Qué se yo cuántas cosas!

Al final me asaron en una parrilla, para público escarmiento.

¡Si no hubiera sido cristiano los habría odiado!

Los pobres recogieron mis huesos calcinados.

Hasta vosotros han llegado un par de ellos: un trozo de mi cabeza y un trozo de mi mano.

Y estoy contento aquí, en mi Osca Romana, Ciudad Vencedora. Os lo digo sinceramente: Me siento como en casa.

Hoy es mi santo. Y hacéis fiesta.

Habéis sacado mis reliquias. Habéis relucido los relicarios y habéis abrillantado mi busto de plata sobredorada.

Lo que más me alegra es que hoy me sacáis de mi armario. Y os veo. Y escucho el dance y llevo albahaca y... vuelvo a ver a los pobres.

Sigo siendo el mismo.

¿Y vosotros?

Dejadme, dejadme que os vea de cerca, amigos.


¡AH, USTED ES CONCEJAL!

Pues yo soy el diácono Lorenzo.

Bueno, como dicen ustedes: San Lorenzo, el Mártir.

No me había fijado en usted, porque como viene detrás de mí en la procesión... Pero ahora ya lo veo bien.

Y nos parecemos un poco ¿no cree?

Lo veo con su banda roja, de raso, como una estola, como aquella toga mía... La tejió mi madre con lana de nuestros valles.

Yo la llevaba como signo de mi diaconía. Usted también es “servidor” ¿no? Eso precisamente quiere decir “diácono”.

Es difícil servir. Ya comprendo.

Cuanto más libremente lo hayan elegido a usted...más difícil, porque usted intentará responder con mayor sinceridad a la confianza que el pueblo puso en su voto.

Algo así me pasó a mí.

¡Amigo, servidor, no se canse!

Ni se haga el mártir antes de hora. Sea fiel. Y ya está.

En el alto puesto de servicio que usted ocupa necesita conocer la verdad sin componendas: se la dirán los pobres, que tienen la vista muy clara.

Usted no se queme inútilmente.

Si es preciso ya lo quemarán los demás.

Luche por ellos. Sanee cuanto pueda las estructuras.

No olvide que “servir” no es dar gusto a todos, ni solucionar todos los problemas.

Servir es construir la justicia, es gastarse con fortaleza, escondidamente.

No deje que le crezca el desaliento o la desesperanza por lo ingratos que somos los hombres.

¡Sígame, sígame!

Y no olvide el detalle: usted camina detrás de un mártir, que, aunque ahora aparece en un busto, fue un hombre de “cuerpo entero”.


¡Y TU, UNA MAIRALESA!

De los barrios viejos o nuevos de mi Huesqueta.

De los llanos o de las montañas.

Con olor a prado verde, a nieve, a rastrojo o a asfalto...

has llegado hasta mi peana, mairalesa.

Eres la mujer del Alto Aragón.

Te has parado ante mi imagen.

Me has dejado un queso, unos higos, un cordero, unas flores...

Me has dicho algo que casi no he oído. He querido entender...

No temas. Una mujer como tú debió de ser mi madre.

Mujeres como tú ví yo en la arena, valientes ante los leones.

Es cuestión de que tú seas tú.

Esto se arregla no permitiendo que te despersonalices.

En estas fiestas, que dicen que son en mi honor,

te llevan y te traen, mairalesa.

¡Ese es el riesgo de la vida:

dejarnos llevar y traer,

ser marionetas en manos de otros!

No temas.

Tú puedes ser fuerte.

Tienes el alma recia y sana.

Llevas esencias de nobleza.

Tienes raíces que ahondan en la fe comprometida.

Tú vas a ser el equilibrio de ese mozo que te baila,

la cuesta agradable que lleva al amor limpio,

el eje de tu hogar,

madre de mártires y profetas.

Vete en paz y sé tú, tú misma,

con olor a prado verde, a nieve, a rastrojo...


¡QUÉ COLORES!

Y vosotros sois los danzantes. Yo soy vuestro Patrono.

Ya sé, ya sé, que sólo danzáis para mí.

Y que lo tenéis como un honor.

Ya sé que no sois un número de atracciones.

Vuestro dance es como un rito sagrado.

También sé que sólo hoy empuñais los palos y las espadas.

Durante todo el año están bien recogidas.

Me da gozo veros con la cabeza en su sitio,

bien sujeta con vuestro pañuelo baturro.

Me da alegría, alegría de la buena,

cuando, desde mi peana,

veo el encaje de saltos y quiebros de vuestro baile.

Y sudáis.

Entiendo que sois un mensaje de acción coordinada:

cada uno en su puesto,

todos a un ritmo,

avanzando siempre,

poniendo en común el golpe preciso,

el estilo y la agilidad y el esfuerzo de todos,

haciendo del camino una ofrenda a Dios.

Sólo así se pueden hacer cosas grandes.

En mis tiempos...así éramos los cristianos.

¡Danzad, amigos, danzad!

Estoy muerto, pero... esta danza “¡resucita!”


¿TÚ POR AQUÍ?

Yo a ti te conozco de algo.

No me lo digas.

Tú eres... ¡un pobre, claro!

Si te ví el otro día junto a la muralla de Roma.

Tienes la misma cara de hambre ¿eh?

No te extrañes de esta voz que saco.

Soy el diácono Lorenzo. Me asaron vivo.

Seguro que te enteraste.

Hoy te encuentro de nuevo.

¡Por ti no pasan los años, pobre!

Estás igual: orillado.

No reconocen tu esfuerzo y tus verdades.

No te llega para vivir, y...

Aquí me tienes, lleno de flores,

envuelto en plata.

Me da apuro encontrarte.

Es que estamos de fiestas ¿sabes?

¿Dónde está tu ramica de albahaca y tu pañuelo verde?

Hoy es un día grande.

Mira a ver cómo te las arreglas,

pero hoy tienes que comer lo típico:

pollo a lo chilindrón y melocotón con vino.

¿Qué no sabes qué es eso?

Oye, amigo pobre, no te quedes viendo visiones.

Hay que hacer algo.

¿No ves cuánto gasta la gente?

No deben ser pobres ninguno.

Seguro que parte de lo que gastan es tuyo.

Vente esta tarde.

Hablaremos,

aunque nos llamen revolucionarios.

¡Como nos pesquen...!


¿QUÉ TAL?

Gracias porque has venido.

Tenías otros caminos con finales más atractivos,

y has venido a verme, a vivir conmigo estos días,

a pedirme por tus cosas.

¡Cómo me alegro!

Recuerdo aquellos otros tiempos

en que jugabas al amor

y te acercabas a mí

por aquella rutina de que era San Lorenzo.

Ya veo, ya veo:

Aquellos juegos se han convertido

en esos hermosos niños que me presentas

sin presentármelos.

Quieres que ellos, pequeños todavía,

sientan el amor que tu tienes

en lo más hondo de tu corazón

por estas tierras y mis tierras,

por estos hombres y mis hombres,

por estas tus sanas costumbres y las mías.

Gracias por haber venido estos días desde lejos.

Me acordaré de ti,

todo el tiempo que, por necesidad,

volverás a estar lejos de Huesca.


¿BORRACHO YO?

Agárrate, agárrate a la farola.

Y ahora, por debajo del ala de tu sombrero roto,

mírame.

¿Me ves bien?

Quizá estoy demasiado alto y tú pierdes el equilibrio.

Si yo pudiera bajar...

nos iríamos a tomar un bocadillo,

que es lo que tú necesitas.

¡No, yo no tengo dos caras!

¡Es que tú estás borracho y ves todo doble!

¿Me conoces?

No, yo no soy San Orencio.

Así se llamaban mi padre y mi hermano.

¡Ah, es que se te traba la lengua

y has querido decir San Lorenzo!

Ya, eso sí.

Pues mira, en los barrios bajos de Roma

tuve muchos amigos como tú.

No tenían qué comer.

Andaban mal vestidos, sin abrigo...

y tragaban alcohol que les quemaba las entrañas

para hacerles entrar en calor.

¿Y tú qué?

Que sólo estás un poco alegre?

¡Pero si no te tienes!

¿Por qué no has ido a dormir a casa?

Tu mujer se acostó tarde...

y “no ha pegao un ojo”

Te quieren. Son buenos. Y tú también los quieres.

Les has comprado unos dulces, una careta

y un espantasuegras a tus críos...

y has ido perdiéndolo todo,

cayéndote aquí y allá.

Mira, amigo borracho.

Para amar hay que tener cabeza.

Para dar alegría hay que ser muy hombre.

Y para ser hombre hay que mandar en uno mismo.

A ti te pierden las “rondas”.

¡Esta la pago yo!-dices rumboso-.

¿Cuántas van ya?

Que eso es cosa de hombres?

Mira, eso te lo ha metido en la cabeza la televisión.

Pero es una canallada.

¿No te das cuenta de que estás hecho un guiñapo?

¡Cuidado, cuidado, que lo van a pisar!

¡Que se ha caído!

Llévenlo a su casa.

El amor les dirá dónde vive.

Con cuidado. Es una persona. En él está Cristo.

Lo que hagan con él...

como si lo hicieran al Señor.


MIS VISITAS

Amaneció entre albahaca y gladiolos rojos.

Me levanté temprano. Hoy es mi santo.

Y esperaba muchas felicitaciones.

Ahora cae la tarde. Os oigo.

Salís de los toros.

He tenido muchas visitas: civiles, religiosas y militares,

como ahora se dice. En general pedigüeñas y de bien quedar.

Salvo honrosas excepciones.

Todos tenían prisa. Al parecer, les aguardaban compromisos

más serios.

Deben pensar: San Lorenzo se conforma con poquita cosa.

Además es lógico: dialogamos tan poco que no hay tiempo

para trabar amistad.

Si nos conocemos es por algún rasgo de la “tierruca”.

La ciudad crece y ya nos es fácil conocerse todos.

Y menos aún conocerme a mí, que sólo salgo a la calle un día al año.

¡Si no me vienen a ver...!

Estoy un poco triste.

Echo en falta la visita de los pobres. Y me da qué pensar.

¿Es que no hay pobres en la ciudad, en la provincia, en la región?

¿Qué ha sucedido?

¿Será que Lorenzo no les resuelve nada?

¿Será que se habla mucho de los pobres

y a los pobres no se les deja hablar?

Pero...¿dónde estarán?



¡QUIERO QUE LO DESCUBRAS!

Eres el hombre del carrico. Envuelto en globos y colgaduras.

¿Te has dado cuenta?

Ellos no saben por qué, porque para ellos no cuenta el tiempo.

Todo es presente.

Y tú les brindas ese presente en esa serie de objetos

fuertemente coloreados y atractivos,

que ponen en sus manos temblorosas

lo que están acostumbrados a ver en las de los mayores:

el reloj de pulsera, la cámara fotográfica,

el clarinete, el sombrero, las gafas, los collares...

Y ellos abren unos ojazos capaces de retenerlo todo,

y siguen girando la cabeza después de haber pasado delante de ti.

Te he visto desde mi peana en tu puesto.

Vendes una mercancía por la que no cobras.

Y esa es la mejor de todas las que llevas en tu carro:

regalas ilusión y haces vivir en los niños

todo un mundo de alegres sueños.

Y yo me alegro, aunque tú no lo descubras.

Así me felicitas en mi santo.

¡Gracias, hombre del carrico!

¡Gracias, amigo del chiringuito!


CONCLUSIÓN

“En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo, pero si muere llevará mucho fruto. (Jn. 12, 24.)

Sí. Aquel morir a fuego lento de Lorenzo, el Diácono, ha germinado en el sazonado fruto de SAN LORENZO.

Lo que pudo quedar en anécdota fugaz de un joven lanzado, sincero y contestatario, resumido en tres líneas en la crónica de sucesos, o, a lo sumo, en una biografía escueta para uso de un par de generaciones, ha brotado en torrente impetuoso de vida, que inunda siglos de historia humana.

La trayectoria de Lorenzo es mucho más que unas fechas para celebrar brillantes aniversarios.

Es el testimonio siempre actual de algo que nunca envejece, que nunca pasa.

Por eso, San Lorenzo es hoy, y mañana y siempre:

Cada vez que nosotros nos acercamos a su vida con el afán de copiar su estilo.

Cada vez que él se acerca a nosotros con el testimonio de su obrar, un obrar siempre fiel al Evangelio.

Por eso hoy hemos querido hacer un esfuerzo de acercamiento y escuchar su palabra. Palabra que no es el eco sibilino de una voz en la lejanía de los tiempos, sino lenguaje caliente, vital, directo, de nuestros días.

No es un truco literario, no.

San Lorenzo, hoy y siempre, habla.

Te habla a ti, cristiano. Porque su vida es confidencia.

Y es interrogación. Y exigencia. Y compromiso que cuestiona toda tu trayectoria de hombre o mujer del momento presente.

San Lorenzo murió, pero vive.

¿Cómo iba a hablar si estuviera muerto?

El grano sí que murió. Pero el grano que muere es el que da fruto.

Y Lorenzo, el diácono oscense, ha germinado.

Su cosecha es y se llama SAN LORENZO.

Luis G. T.