Iconografía laurentina


Sin palabras. Entre silencios. Con colores, volúmenes y estilos. Con posturas, rostros, manos, miradas, gestos, vestidos y desnudos. Las imágenes hablan.

Y la escucha... se llama contemplación. Que no es una simple mirada, ni una clara visión. Se contempla con el corazón.

Cuando el corazón enciende la luz de la fe, la imagen grita, canta, susurra, llama, sugiere...

En la Basílica de San Lorenzo, de Huesca, la pintura, la escultura y la orfebrería nos ofrecen la imagen de San Lorenzo, en los distintos aspectos de su vida y de su martirio.

Contemplemos.

Servidor de la Palabra

Revestido con vestiduras diaconales, San Lorenzo sostiene el libro del evangelio en su mano izquierda, una palma en su derecha, y, a sus pies, una parrilla.

Un diácono es un cristiano que ha sido instituido como servidor de la comunidad.

Servidor de la Fe

En el altar de San Hipólito lo contemplamos bautizando.

El diácono Lorenzo acompañó los procesos de fe que conducen hasta el bautismo, y que llevan a optar por vivir como bautizados, es decir, como hijos de Dios y como hermanos.

Hipólito recibió de Lorenzo un testimonio tan fuerte que le impulsó a recibir de sus manos el bautismo y a vivir como creyente.

Servidor de los pobres

En la predela del retablo mayor de la Basílica, San Lorenzo, a las puertas de Roma, con un saco bajo el brazo izquierdo y un pan en su mano derecha, socorre a los cojos, ciegos, lisiados, viudas, niños desamparados...

Son los pobres, a quienes consideró como “los verdaderos tesoros de la Iglesia”.

Hasta la hoguera

Uno de los siete diáconos que ayudan al Papa San Sixto en el servicio a la comunidad cristiana de Roma, arde sobre una hoguera, en una parrilla. Agosto del año 258.

Es la fe vivida descaradamente, al desnudo, con valentía.

Un atleta que casi casi ya ha llegado a la meta. Ya ve cerca, sobre su cuerpo chamuscado, la corona de laurel de los triunfadores.

Un rayo de luz rasga el cielo para iluminar el último tramo de la carrera.

Era más fuerte el fuego que alentaba su espíritu, que las brasas atizadas por los verdugos.


El hombre del laurel

Entre el laurel de su cuna y el de la corona de su triunfo, la orfebrería de finales del siglo XVI representa a San Lorenzo, como en un resumen de su vida y su misión, en el busto de plata que paseamos por nuestras calles cada 10 de agosto.

Todo él es filigrana y grabados de plata y oro, piedras preciosas, arte y piedad.

Para expresar:

* que la ternura y la fe sencilla de Orencio y Paciencia, transmitieron a su hijo Lorenzo un modo de ser, de pensar y de vivir;

* que sólo vive y triunfa el que ama;

* que el que ama como Jesucristo, da la vida sirviendo, comprometido con los problemas reales de las personas;

* que la fe y la vida van inseparablemente unidas;

* y que Dios no abandona al que es fiel, aunque la hoguera quiera decir lo contrario.

Y después...

Pasarán las fiestas. Se mustiará la albahaca. Volverá el silencio de la vida anónima. Pero seguirán los pobres ahí, al lado. Y Lorenzo, desde sus imágenes, gritará todo el año: ¡Los pobres! ¡El amor! ¡La fe!

Para contemplar.